Cuando llegaron Francisco y María. A ese lugar que habían planeado visitar toda la semana, parecía que había una fiesta de campo.
Habían flores amarillas, rojas, verdes y blancas esparcidas en todo el campo. Todas se miraban vibrantes y sonrientes moviéndose al paso del viento que bailaba sobre un sorprendente sol de invierno.
Ahí estaban el abuelo de Francisco, su bisabuelo, su tía Rita y su tía Sandra, pero ellos se dirigieron con la hermana de Maria, Concepción.
Al llegar, María dice:
Mira aun están las flores que yo traje el otra vez, aun limpias y brillantes como el mes pasado que vine y las puse en este florero.
Francisco responde:
Así son todas las flores de plástico.
Que impresionante ver como crece este lugar y como las personas van llegando sin avisar, para quedarse.
Dice francisco sin lograr capturar la atención de Maria.
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Mientras María acomodaba nuevas flores, Francisco empieza a mirar a su alrededor donde había gente sentada alrededor de sus parientes, con sillas de playa y un radio, como si lo disfrutaran.
Al extremo del campo estaba una señora sentada a un lado de su hijo. Ella hablaba por celular mientras su hijo leía un libro en voz alta. Como si hicieran una llamada a alarga distancia.
Cuando María termino de acomodar las flores, puso un mensaje arriba del florero que siempre pone en el mismo lugar:
Hermana, van 2 navidades que ya no estas aquí, pero sigues estando en espíritu y a pesar de ello, te sigo guardando un plato de comida para cuando llegues.
Al terminar de acomodar tal mensaje Francisco y María se ponen de pie y se dirigen a la salida, cuando de pronto una canción se distingue al ritmo del viento.
“Un día a la vez, Dios mío es lo que pido de ti, yo quiero vivir un día a la vez” decía la canción.
María voltea sin tregua ni escala a ver la cara de Francisco a quien le dice sin ningún temor.
Cuando me muera y me entierren aquí, quiero que me canten esa canción. No importa que no me vean que estoy feliz, mientras las profundidades de los recuerdos me consuman. Quiero que me la canten.
O iré a jalarte los pies por las noches. Dice maría con media sonrisa en la cara, sujetándose del antebrazo derecho de su hijo para poder caminar.
Francisco voltea su cara para que su madre no le vea y le responde:
Entonces será esa y la de amor eterno.
Cuando termina de hablar, Suspira y se limpia una basurita que le entro en el ojo izquierdo.
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