07 abril 2009

Quien lo reclame, fingire demencia.


Como esporádico visitante del universo alterno de los blogs he llegado a la conclusión que los blogs son, escrituralmente hablando, espacios idóneos para el aforismo y la sentencia delirante, para el rigor lacónico de la frase y la expresividad descriptiva de un yo incansable si se trata de hablar de sí mismo; espejos a escala menor, pero espejos al fin del big brother existencial de cada uno de sus creadores, y como todos los blogeros escriben en ellos sabiendo que están a la vista del público fisgón, hay pues una buena dosis de escenificación a la salón cortesano del siglo XVIII, una postura de íntima espontaneidad fingida. Leer un blog es jugar a leer una vida en palabras contundentes y efímeras y, como Pessoa mismo reconocía, el que finge ser alguien acaba siendo realmente lo que finge y al escoger una determinada máscara-pose-actitud-personalidad está llevando a cabo no un salto en el vacío, sino una auténtica representación de sí mismo.
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En cuanto al blog, su escritura es ya un estilo abierto donde, en la mayoría de los casos, el blogero anuncia los contratiempos de su cotidianidad, los altibajos de su existencia como una terapia grupal que se reconforta en ese ánimo colectivo de que yo soy yo y mi circunstancia y si yo no me salvo, peor para mi circunstancia. En la cultura blog, la vida no vale nada si otros pasan de largo sin leer tus triunfos y derrotas, tus trabajos y tus días.
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Blogear es recordarte que por más miserable que sea tu vida, es tuya y de nadie más, ella te pertenece pero, como la buena persona que eres, la compartes con tus compas, la muestras al público sin recato. Nada tengo que ocultar, perecen decimos los blogeros, y esa es su mejor mascara, su más sutil travestismo.
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Para que un blog sea reconocido su creador debe hacerlo distintivo, darle una manera difícil de olvidar; debe tener alguna herida, un dejo de horror, una cachondez espuria, un guiño de complicidad intelectual.

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