El amor, una palabra totalmente descartada en el léxico de cualquier macho Mexicano que se respeta, donde la sola casualidad de decir tal palabra, ocasiona miradas retadoras en contra de quien la dijo. Desde niño se aprende que esta palabra es un sinónimo de debilidad y cursilería, haciendo que se esconda tal sentimiento y sea sembrado para ser regado muy raramente.
Una vez, le pregunte a mi amigo Mario, si alguna vez le había dicho a su novia que la amaba, el entorno fue muy oportuno ya que era fiesta de cumpleaños de ella, en casa de sus abuelos, allá por un rancho a orillas de Mexicali.
Mario contesto: -Hay pocas veces que puedo decir la frase “te amo” sin sentir vergüenza alguna y sin hacer suposiciones sobre lo que dirán de mí como hombre, una es para convencer a la novia para tener relaciones sexuales y la otra para felicitar a mi madre en su cumpleaños, no más.
Mario se hecho a reír, y cuando vio venir a su novia se puso serio, y cambio el tema. Su novia se fue de paso para saludar a una tía que había llegado, así que le volví a preguntar- ¿que es el amor para ti, Mario?- Mario se soltó una risa nerviosa y volteo su cara hacia el lado contrario de donde yo estaba.
-¿El amor?- Dijo con una duda estrecha. Después de titubeos y balbuceos a lo largo de 15 minutos, dijo:
-Pues es algo vital en la vida, es un sentimiento de alegría, de paz… no se, algo así. Y con la familia es diferente, es amor familiar, nacemos amándolos… no se, algo así.
Se quedo callado por varios minutos mientras se tomaba una cerveza. Y ahí hice una última pregunta -oye Mario, y ¿alguna vez le has dicho a tu familia que la amas?
-Nel - Respondió Mario, con una risa burlona y cínica.
Mario se levanto de la silla y se fue por otra cerveza, y cuando volvió dijo su comentario final.
-Una vez cuando era niño tenia un perro que no era de raza, yo lo llamaba “kanon” y mi madre le decía “perro corriente”, Y con el dure como 7 años. El perro era travieso y canijo, siempre se metía a la casa y tiraba la basura de la cocina, se brincaba el cerco para pelearse contra otros perros de la cuadra, una vez mordió al que entregaba los recibos de la luz, y luego destrozo los rosales del patio. Ahí estaba siempre yo al final de cada travesura para cuidarlo y defenderlo del garrote de mi madre, y de las patadas de mi padre. Hasta que un día empezó a recaer por una enfermedad rara que le dio, a veces ni se paraba a comer, ni a tomar agua y un día amaneció muerto. Esa mañana mi padre me levanto temprano para hacer un hoyo en la parte trasera de la casa. Mientras yo cavaba sentía un raro dolor dentro de mi pecho que me hizo preguntarle a mi padre.
-¿Por qué no lo llevamos al veterinario?
- Pa’ que, si sale mas barato que nos regalen uno. A demás ya estaba viejo-Dijo mi padre.
-No se si amé a ese perro, pero tampoco le dije nada- explicó Mario riéndose.
Al final de la fiesta, Mario estaba borracho y no se podía levantar de la silla, yo estaba igual que él y empecé a hablar de un tema que tenia mucha importancia; el cual ya olvide de que trataba. Mientras hablaba empecé a cabecear y entre sueños mire que la novia de Mario se acercaba, parecía que no podía mantener muy bien el equilibrio, seguramente, traía algunas copas de mas. Se le sentó en las piernas mientras lo abrazaba, empezó a hablarle en susurros, lo suficientemente claros, como para que yo medio escuchara. Ella hablaba, como si estuvieran solos, ya que yo aparentaba ser un bulto dormido a un lado de ellos.
Fue así, como empezó el monólogo.
-Es increíble como con el pasar de los años, nos complementamos cada día más. Pareciera que nos adivinamos el pensamiento… o definitivamente hemos hecho un dúo perfecto, sin fallas ni errores.
Cada día que pasa, no puedo dejar de agradecer el tenerte a mi lado, el saber que cuento contigo y sobre todo, que yo estaré ahí para ti, en las buenas, las malas, y peores. Se que con nadie en esta tierra seria tan feliz, que contigo.
Si supieras lo feliz que me hace tenerte… Verte dormir, la sonrisita que haces al despertar, tus ojos brillando de sorpresa, tu cara de asombro cuando no entiendes algo, tus besos en mi frente, tu cabello alborotado en la mañana y tu perfume que se cuela por mi nariz.
Gracias a ti, todas las cosas pequeñas de la vida tienen un nuevo significado. El ruido del mar por las noches, la neblina que se asienta en los meses de invierno, la lluvia que dura días y noches, ese sol de junio que nos quema en la nuca, ese olor a lavanda de los jardines y las luciérnagas que iluminan los paseos por el parque ya entrada la noche.
No cambiaria por nada nuestras tonterías… Esas de niños de primaria, pelearnos por el helado en la nevera, por quien es el bueno en la serie que miramos, quien contesta el teléfono, quien abre la puerta y lo mas increíble, quien hace la comida el fin de semana. Secretamente, amo tanto esas babosadas (como tú les dices).
Quisiera que aquellos que no apostaban ni 5 pesos por nuestra relación, ahora nos vieran. No eras mi obsesión de la adolescencia, pero siempre supe que eras la otra parte de mi vida. Y te lo dije, aquel noviembre, llorando de felicidad, por que sabia que siempre estaríamos juntos.
De estos 7 años, te juro que no cambiaria nada. Ni esa vez que nos peleamos y dejarnos de vernos una semana, ni la vez que me enferme y no podía estar a tu lado, ni las llamadas de ciertas personas, que solo querían tambalear nuestra relación, eso hizo fortalecer lo nuestro.
No olvido la vez que me enseñaste a usar palillos chinos, que me cantaste al oído en una tarde de septiembre, cuando me quede dormida sobre tu pecho, y sobre todo… aquel primer beso, el primer beso que me dejo sin palabras ni pensamientos.
No entiendo bien, como es que llegue a amarte y amarnos de esta manera, de sonreírnos por cualquier cosa, y de saber que no existe mejor lugar en esta tierra que tus brazos. Y también lo que tu dices, que no hay mejor cosa para ti, que el olor a fresas de mi cabello… bueno, al menos estamos a mano. Es verdad… No tengo nada más que decir, todo te lo demuestro día a día.
Yo me levante de la silla con dificultades diciendo –chale que cursi- y me fui al baño con pasos titubeantes, hasta que me quede dormido recargado en el lavamanos.